Así, con un interrogante, es la respuesta más normal cuando explicas que vas a pasar unos días de turismo sólo en la capital noruega, sin el clásico crucero o la excursión en tren o coche por el resto del país. Y sin embargo, la respuesta después de haberlo probado es sí, Oslo, si lo que se quiere ver esuna ciudad en transformación – una debilidad personal, desde que en mi primer viaje al extranjero, aún niño, me llevaron una semana a Berlín y al cabo de cinco años, el Muro que tanto me había impresionado caía.
Siempre que se viaja existe la tendencia en buscar paralelismos con la propia experiencia y para un barcelonés, establecerlos con Oslo es muy fácil. Como en nuestra ciudad antes de los Juegos Olímpicos, la puerta de entrada tradicional era el puerto todavía comercial e industrial y buena parte de los cambios que está viviendo la ciudad nórdica provienen del hecho de que, como nosotros, han desplazado esta zona portuaria a los límites del término municipal (concretamente Sydhavnen, siempre dentro del fiordo de la ciudad) y, así, han liberado todo un frente marítimo para nuevos usos. Lo que resulta diferente respecto a Barcelona es en primer lugar, el ritmo y las dimensiones del cambio, más reducidas, humanas y equilibradas y en segundo lugar, el protagonismo evidente que los equipamientos culturales tienen en la nueva planificación.
Este protagonismo seguramente es heredero del lugar destacado que ocupaban el Museo Nacional de Historia, el Museo Nacional de Arte y el Teatro Nacional (con estos nombres) en la que todavía es la vía central de la ciudad: la avenida arbolada de Karl Johans, abierta a mediados del XIX para conectar el Palacio Real con las grandes instituciones del país (la Universidad, el teatro, los museos, los hoteles, el Parlamento, la Catedral y, al final, la estación central de trenes) y también con el fin de ordenar el ensanche que se abría a ambos lados. Como su línea era paralela a la costa, de hecho le pasaba como a nuestro Passeig de Colón que, más que abrirse al mar, marcaba la frontera. El edificio que rompió este bloqueo fue el conocido Ayuntamiento, una potente y elegante mola racionalista erigida en 1931, entre el puerto y la avenida Karl Johans, con un eje perpendicular a ellos que le permite abrirse a los dos.
Ahora se está completando esta conquista del antiguo puerto. En su extremo noroeste, se han conservado tres grúas de la antigua dársena y el resto es todo un sector de nuevos edificios y calles rematados por el edificio del Museo Astrup Fearnley (de arte contemporáneo), una creación del siempre refinado Renzo Piano. Junto al Ayuntamiento, la antigua estación de tren del puerto se ha derruido y en su lugar se está construyendo la nueva sede del Nasjonalmuseet, que reunirá todas las colecciones (pintura, escultura, objetos históricos arquitectura y diseño), sin que me haya quedado claro que pasará con las antiguas sedes. Finalmente, el extremo sureste, ya bajo la estación central, es el lugar donde se está levantando el Código ( “código de barras”), una zona de rasca-cielos de proporcionales bastante razonables y, en primera línea de mar, de la nueva y celebrada sede de la Norske Opera & Ballet – un edificio más amable que grandioso, construido a base de rampas que permiten acceder incluso a su techo y que en cuanto a sus producciones, seguramente será más conocido por la danza que por el canto.
Además de esta zona de desarrollo, existe otra ,alrededor del antiguo tramo industrial del Akerselva pequeño río que recorre el este del centro de la ciudad y que, tras pasar por debajo de la estación central, desemboca, disimulado por un canal, junto al nuevo edificio de la ópera. El nombre de esta zona, Vulkan, proviene de la fábrica de maquinaria que se había instalado allí hacia 1870. La zona cayó en desuso en los años sesenta del siglo veinte y, en parte, fue ocupada por unos estudios de artistas que habitaban en la colonia de Damstredet que se sitúa justo al lado de la zona Vulkan . Ahora la han convertido en un ejemplo premiadísimo de desarrollo sostenible, conservando buena parte de los antiguos edificios y ofreciendo un parque fluvial, pisos con terrazas, restaurantes, bares, mercados, centros universitarios y estudios de arte y cine que merece la pena ver. La colonia de Damstredet sigue hoy dia habitada también por artistas.
La gracia de todo es que parece que estén consiguiendo hacer todos estos cambios sin perder el encanto y el equilibrio de una ciudad no grande (seiscientos mil habitantes) y reforzando su carácter propio ya que, sin estos edificios nuevos, Oslo se parecería mucho a cualquier ciudad provincial del Mar del Norte, ordenada y limpia. En la calle, en la ópera, en los museos, los restaurantes (carísimos!) y hasta en los ferrys (taxis de mar) que te llevan a las diferentes islas del fiordo, uno está constantemente rodeado de noruegos y el ambiente es relajado y amable.
Pero el reto será mantener este punto equilibrado, suave y amable. Por defecto profesional, tengo mucha curiosidad por ver el resultado del nuevo museo nacional. La museografía de las sedes actuales es muy clásica y cuenta una historia muy lineal – y en algunos puntos, extrañamente cercana. Muy someramente, una edad media que presenta un gótico con contactos internacionales (Más con las Islas Británicas que con el continente), da paso a un renacimiento y un barroco muy limitados por la falta de una Corte propia. El movimiento romántico de finales del XIX (tan o más ruralista que nuestra Escuela de Olot!) da paso finalmente a la independencia a principios del siglo XX, y esta llega acompañada de un movimiento de vanguardia que bebe primero de París y después de Alemania, con grandes artistas oficiales grandilocuentes como Gustav Vigeland, 1869-1943, con un parque y un museo diseñados por él; y un genio absoluto estéticamente marginal, Edvard Munch, (1863-1944) que, finalmente, también tuvo museo propio , pero alejado del centro histórico – si bien se está acabando una nueva sede que lo colocará a primera línea de mar, al lado de la nueva Ópera. En cualquier caso, el nuevo Museo Nacional, ¿mantendrá su narrativa ya algo limitada? ¿O los noruegos nos volverán a sorprender, con una solución elegante y sencilla como la que están aplicando al urbanismo de su ciudad? Habrá que volver.